notas.

marzo 30, 2009

papás

Son mis padres. Y los quiero, mucho.

Felicidades, mamá. Te echo de menos, papá.

*clocks

marzo 26, 2009

clocks

Me considero una maniática del tiempo. Cuento los segundos, me quedo mirando las agujas del reloj durante minutos y escucho el «tick tack» como si fuese la más bella melodía. Suelo tener manías muy raras relacionadas con el tiempo y los relojes: adivinar los minutos que han pasado o fijarme en los números capicúos mientras veo una película. Pero por otro lado, odio contar los días, se me hacen interminables y sufro como una condenada.

Bebiendo el tiempo. Algo que me rodea y de lo que yo misma soy parte, bebiendo, alimentándome de los segundos, los minutos, el «tick tack» del reloj.

Pero, para ser sinceros, ahora mismo deseo que se paren los relojes, y que el minutero no haga movimiento alguno. Quiero quedarme donde estoy, como estoy y con quien. Quiero tener mis diecisiete años y que no se vayan a ningún lado, que los echaré de menos. Y no empezaré a enumerar todo lo que he vivido con ellos, porque será interminable. Gracias diecisiete por vivir tanto conmigo, por ofrecerme tantas cosas, sonreir, llorar, perder y ganar. Cada segundo, bebiendo el tiempo, como siempre.

madrid

marzo 22, 2009

Quiero volver.

piter

retiro

9/10

jueguetito

marzo 17, 2009

5/10 exámenes.

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marzo 12, 2009

Adiós Historia.

Hola Griego, Arte y todo lo demás.

Pero por ahora… me voy a Madrid. Necesito desconcectar, ya.

Nos vemos el lunes.

siga contando…

marzo 1, 2009

Fragmento de «El Maestro y Margarita» de Mijaíl Bulgakov.

Capítulo XIII, páginas 177-178:

-No pienso nada -exclamó Iván-, ¡siga contando, se lo ruego!
El huésped siguió:
-Pues sí, me miró sorprendida y luego preguntó:
»-¿Es que no le gustan las flores?
»Me pareció advertir cierta hostilidad en su voz. Yo caminaba a su lado, tratando de adaptar mi paso al suyo y, para mi sorpresa, no me sentía incómodo.
»-Me gustan las flores, pero no éstas -dije.
»-¿Y qué flores le gustan?
»-Me gustan las rosas.
»Me arrepentí enseguida de haberlo dicho, porque sonrió con aire culpable y arrojó sus flores a una zanja. Estaba algo desconcertado, recogí las flores y se las di. Ella, sonriendo, hizo ademán de rechazarlas y las llevé yo.
»Así anduvimos un buen rato, sin decir nada, hasta que me quitó las flores y las tiró a la calzada, luego me cogió la mano con la suya, enfundada en un guante negro, y seguimos caminando juntos.
-Siga -dijo Iván- se lo suplico, cuéntemelo todo.
-¿Que siga? -preguntó el visitante-. Lo que sigue ya se lo puede imaginar -se secó la lágrima repentina con la manga del brazo derecho y siguió hablando-. El amor surgió ante nosotros, como surge un asesinato en la noche, y nos alcanzó a los dos. Como alcanza un rayo o un cuchillo de acero. Ella decía después que no había sido así, que nos amábamos desde hacía tiempo, sin conocernos, sin habernos visto, cuando ella vivía con otro hombre… y yo, entonces… con esa… ¿cómo se llama?
-¿Con quién? -preguntó Desamparado.
-Con esa… bueno… con… -respondió el huésped, moviendo los dedos.
-¿Estuvo casado?
-Si, claro, por eso muevo los dedos… Con esa… Várenka… Mánechka… no, Várenka… con un vestido a rayas, el museo… No, no lo recuerdo.
»Pues ella decía que había salido aquel día con las flores amarillos, para que al fin yo la encontrara, y si yo no la hubiese encontrado, habría acabado envenenándose, porque su vida estaba vacía.
»Sí, el amor nos venció al instante. Lo supe ese mismo día, una hora después, cuando estábamos, sin habernos dado cuenta, al pie de la muralla del Kremlin, en el río.